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Forma dialectal griega que se usaba en el Mediterráneo en el siglo I y que había surgido después del establecimiento del imperio helenístico de Alejandro Magno (+ 323) y luego de sus generales, los Diadocos, convertidos en monarcas de Grecia, de Siria (Oriente Seléucida) y de Egipto (Lagidas). La difusión del idioma griego se hizo más libre y popular, más comercial y práctico, más intercambiable en un imperio que iba desde la India hasta el Sur de Italia.
Se le conoce también como griego bíblico y griego popular (koiné, común). Propiamente era una derivación de la forma ática del griego clásico, forma que se impuso sobre las demás formas o dialectos con la difusión de los imperios helenísticos.
Las expediciones militares y el incremento de las actividades comerciales, así como el trasiego interminable de esclavos y de viajeros lo trasformó en lengua internacional del Mediterráneo. Fue uno de los factores que facilitó la extensión del cristianismo, pues se siguió hablando prácticamente hasta el siglo V.
El Nuevo Testamento fue escrito por entero en esta forma griega, salvo tal vez la primera redacción de Mateo. Es un griego popular, claro, directo y expresivo. Superadas hoy científicamente las hipótesis de los humanistas de que se trataba de un griego pobre y degenerado del clásico, se ha podido afirmar que era una forma culta y muy extendida, hallada en otros documentos además de los cristianos, y que se mezcla en los textos sagrados con algunos arameísmos, cuya naturaleza y abundancia depende de cada uno de los hagiógrafos, casi todos ellos bilingües.
Por eso se considera que, incluso literalmente, lo textos sagrados no son productos de autores de baja cultura, sino textos expresivos, capaces de transmitir el mensaje en toda la perfección que el lenguaje humano hace posible. Queda todavía mucho por estudiar sobre el griego bíblico, a pesar de las masivas producciones literarias que la Biblia ha desencadenado en todos los tiempos.
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